Isabel Allende - Violeta
Antes de la primera parte, en la dedicatoria, la narradora especifica la intención de la larga carta que es Violeta. Dice ella que su vida es una novela digna de ser contada, y que en sus cartas está anotada su existencia. Con esas cartas se refiere Isabel a su madre que tantas veces ha manifestado que intercambiaban correspondencia. Lo supongo y también lo oí en la promoción de su libro.
Es una historia que cautiva, como todas las novelas de Iasbel. Ella tiene su estilo marcado y característico que obviamente está plasmado en este libro... por tanto, se parece mucho a toda su obra. INEXORABLE, como su palabra favorita. Es bueno, pero también es malo... no porque sea malo el libro, si no porque siento que la historia que encierra Violeta ya la había leído... depronto eso era lo que ella quería transmitir., quizá. O quizá yo he leído mucho de Isabel.
La razón de la carta al final no le encontré mucho sentido... el recurso como carta no me gustó, porque estuve esperando algo que pasaría después y no llegó. Me sonó como altruísta la carta, pero repito, la historia es buena, lo que pasa es que no vi la necesidad de contarle esa historía a Camilo, no me la vendió.
Y bueno vi a Violeta y su bella y larga vida, pero no es la mamá de Isabel la que vi reflejada en la historia, por lo menos así no la imaginaba yo. Ella dice en la entrevista que a medida que iba escribiendo sobre el personaje tomó vida propia y se transformó, ya no era su madre. Así que seguramente tendrá mas de ficción que de verdad.
¿Será que existe toda esa correspondencia entre Isabel y su mamá? ¿en los tiempos modernos?
Escribí algunas frases y otras se me perdieron:
Teresa Rivas, diminuta, eternamente en movimiento, mandona y efusiva en su cariño, que no discriminaba entre familia y desconocidos, entre gente y animales.
No me gustan los niños, lo único bueno de los niños es que crecen.
Nadie sabe lo que sucede en la intimidad de la pareja.
No se debe llamar a la desgracia.
El dinero atrae mas dinero
El viaje de la vida se hace de largos trechos tediosos, paso a paso, día a día, sin que suceda nada impactante, pero la memoria se hace con los acontecimientos inesperados que marcan el trayecto. Esos son los que vale la pena narrar. En una existencia tan larga como la mía, hay algunas personas y muchos eventos inolvidables, y tengo la buena suerte de que no me ha fallado la mente; a diferencia de mi pobre cuerpo maltrecho, mi cerebro se mantiene intacto. Recordar es mi vicio, Camilo, pero me voy a saltar los tres años y tanto que estuve casada con Fabian, porque fueron de tranquilidad conventual, sin nada trágico o espléndido que contarte. Para él fueron años muy satisfactorios, por eso no pudo entender qué diablos sucedió, por qué un día me fui.
Era también el tiempo en que nacían las crías de los animales domesticos, una fiesta efímera para mí, porque los alimentaba con biberón y les ponía nombre, pero apenas me habra encariñado con ellos los vendían o sacrificaban y tenía que olvidarlos.
Al contártelo, Camilo, vuelvo a sentir el cuchillazo de dolor que me atravesó el pecho ese día y que me vuelve con tenacidad, un dolor recurrente que me ataca a mansalva. No puede haber un dolor peor que ese, es tan grande que no tiene nombre. Lo sé, lo sé... ¿de qué me quejo? La muerte de mi hija no fue un castigo, soy solamente una estadística, este es el sultimiento más antiguo y comun de la humanidad; antes no se esperaba que todos los hijos vivieran, varios moran en la intancia, y todavía es así en gran parte del mundo, pero eso en nada atenúa el horror cuando la madre es una misma.
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