Mario Vargas Llosa - La tía Julia y el escribidor

Reseña oficial: 

La noble pasión amorosa del joven escritor Varguitas con una mujer de su familia mayor que el, la tía Julia, que la sociedad limeña de los años cincuenta trata por todos los medios de impedir, se combina en esta novela con las narraciones truculentas del folletinista de las ondas, Pedro Camacho. El contrapunto de una encendida pasión con aires shakesperianos y su correlato melodramático y la inesperada confluencia del devoto de la alta literatura y el escribidor rastrero son algunas claves de esta narración que reúne el interés de los relatos de aventuras, y el más desternillante y grotesco pasatiempo, gracias sin duda a las divertidas aportaciones del escribidor Camacho, uno de los grandes personajes del novelista peruano.




Me leí este libro porque en alguna parte me lo recomendaron como autoficción. Me gustó, es entretenido y se va entretejiendo en cada capítulo. Lo oí en audiolibros y el narrador es bueno. La historia del libro también me gustó, pomposa y cool. Yo no sabía sobre qué era, es decir, sabía que el personaje Marito era el mismo Vargas Llosa, pero no pensé que la tía Julia de verdad había sido su esposa, así que me sorprendió cuando lo terminé y leí su biografía en Google. 

Alerta de Spoilers. 

El libro cuenta la historia del amorío de Vargas Llosa con la Tía Julia, como empezó la relación, hasta que se casaron. Cuenta como eran sus días en esa época cuando tenía dieciocho años, donde trabajaba y sus amigos. Al mismo tiempo se narran intercalados, diferentes relatos entretenidos que técnicamente son contados por Pedro Camacho, un famoso actor y escritor de radionovelas, que trabaja para el mismo sitio que Mario. Al final Pedro Camacho enloquece y sus personajes se le empiezan a entremezclar. 

En el capítulo final, que es como la actualidad del narrador, Mario habla del fin de la relación con la Tía Julia y de cómo acabó Pedro Camacho olvidando su época como escritor.

Realmente sí me gustó, no es el gran libro recomendado, pero es un libro relajado y nice, con perspectiva múltiple. Hace poco intenté leer La fiesta del Chivo, de Vargas Llosa también, pero no conecté, supongo porque lo intenté en audiolibro y seguramente es mejor la versión escrita (tengo un post donde explico por qué no me gustó). Pero la Tía Julia y el Escribidor sí me gustó.
 
Yo sentí al escritor, al prospecto de escritor. Como dice en el prólogo, tiene mucho de melodrama. Pero al fin y al cabo, son historias de radionovelas de antaño, alternadas con la vida o la ficción de la vida de Vargas Llosa. En un principio no se entiende como conectan las narraciones, pero finalmente todo se entrelaza. 


Frases


Este empeño me sirvió para comprobar que el género novelesco no ha nacido para contar verdades, que estas, al pasar a la ficción, se vuelven siempre mentiras (es decir, unas verdades dudosas e inverificables). P 9.

Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía. Y me veo recordando que me veo escribir y me recuerdo viéndome
recordar que escribía y escribo viéndome escribir que recuerdo haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribiendo que ya había escrito que me imaginaría escribiendo que había escrito que me imaginaba escribiendo que me veo escribir que escribo. SALVADOR ELIZONDO, El grafúgrafo. P. 13.

A caso la patria del artista no era el mundo?

Un buen purgante fulmina la locura de amor.

Practicaba el aristocrático deporte de probarse a sí mismo que los humanos éramos unos irremisibles imbéciles.

¿Cree usted que sería posible hacer lo que hago si las mujeres se tragaran mi energía? (…) la mujer y el arte son excluyentes mi amigo.

Un estómago que evacúa puntual y totalmente es gemelo de una mente clara y de un alma bien pensada. Por el contrario, un estomago cargado, remolón, avaricioso, engendra malos pensamientos, avinagra el carácter, fomenta complejos y apetitos sexuales checos y crea vocación de delito…

¿Por qué esos personajes que se servían de la literatura como adorno o pretexto, iban a ser más escritores que Pedro Camacho, quien solo vivía para escribir? ¿Por qué ellos habían leído, o al menos sabían que deberían haber leído a Proust, a Faulkner, a Joyce y Pedro Camacho era poco más que un analfabeto? (…) cada vez me resultaba más evidente que lo único que quería ser en la vida era escritor, y cada vez, también me convencía más que la única manera de serlo era entregándose a la literatura en cuerpo y alma. 

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