Jorge Baron Biza - El desierto y su semilla

Me leí un fragmento de este libro en un taller de bolsillo dictado por Margarita García Robayo. La proposición estaba dada en función de hablar de literatura de duelo.

Este libro narra una parte en la que el hijo es testigo de la agresión a su madre con ácido por parte de su padre, y posteriormente el proceso de recuperación de la madre.

Es un libro de autoficción. Se siente como el personaje narrador está fuera del sentimiento de dolor que un acontecimiento como este podría producir en cualquier persona, es increíble. Lo narra con objetividad y crudeza desde una perspectiva humana pero lógica. Habla también de su vida y se le siente un despropósito para vivir, que no se si esté ifluenciado por el hecho de saber que tiempo después de escribir el libro se suicidó, pero pues es una vida que el vive como sin ganas de vivirla.

Este libro me abre otra perspectiva del suicidio, que no comparto, pero es entender como simplemente personas que no quieren seguir viviendo se quitan la vida y está bien visto. No sé que traumas obviamente habrá tenido este autor, pero el suicidio de su padre y luego de su madre, dejan ver como sonsecuencia lógica el suicidio mismo de él. Digamos que sin ponerle misticismos, ni dolores, ni traumas al tema, es como simplemente no quiere vivir más y lo ejecuta. 

Es un buen libro, literatura testimonial, de autoconocimiento. Lleva implicito el morbo de saber que es una historia "cierta".

SPOILER. Lo mas impresionante de la historia para mi es cuando a Eligia le hacen un ingerto en los parpados con piel del brazo (si no estoy mal), y los medicos se quivocan y ponen el injerto con la piel donde nacen los bellos hacia adentro, razón por la cual su hijo tiene que doblarle el parpado y sacarle los pelos con una pinza cada semana... se siente el dolor en los ojos. Duele el error, duele la desfiguración. La verdad es que es una novela muy gráfica.





Artículo encontrado en Letras Libres


Empieza en Córdoba, Argentina, en 1964, y termina varias veces:

Tras una larga historia de peleas y reconciliaciones, Raúl y Clotilde deciden concretar el divorcio, por lo que se reúnen con los abogados y con Jorge, uno de sus hijos. Todo parece marchar bien, pero de pronto el padre va por un whisky y vuelve con un vaso de ácido que arroja a la cara de su mujer. “Al quemarla, no había eliminado la carne que amaba, sino que la había sublimado por demolición, como ocurre con las ruinas románticas”, escribirá Jorge décadas más tarde, ya convertido en narrador. Por ahora, con algo más de veinte años, siente una especie de doloroso alivio al enterarse de que su padre se ha pegado un tiro, y asume el cuidado de su madre: la acompaña durante los primeros meses a periódicas operaciones y luego viaja con ella a Milán, para asistirla en el proceso de reconstitución de su rostro.

El primer final de esta historia es sólo aparente: la madre y su hijo vuelven a Argentina para recuperar, en parte, la vida. El doctor ha hecho un trabajo magnífico que, sin embargo, necesitará incesantes retoques. Clotilde da la impresión de reintegrarse, de renacer. Pero poco tiempo después, en 1978, salta por la ventana. Es el segundo final.

El tercer final es el de El desierto y su semilla, el libro que Jorge Baron Biza publicó en 1998 y que aparece, ahora, en España. Inmediatamente antes de la palabra fin leemos la siguiente frase: “Es de reconciliación de lo que hablo.” Enseguida hay una nota en que el autor aclara que su nombre original era Jorge Baron Biza, pero que, tras cada separación, su madre exigía la rectificación del acta de bautismo: “Mi nombre actual es Jorge Baron Sabattini. No sé si Jorge Baron Biza debe ser considerado mi otro apellido, mi patronímico, mi seudónimo, mi nombre profesional, o un desafío.”

Jorge Baron Biza (Buenos Aires, 1942-Córdoba, 2001) acepta el desafío de “continuar” a Raúl Baron Biza, un excéntrico cordobés, figura contradictoria de la política argentina y escritor, para más señas, de novelas pornográficas (en la última, la que escribió antes de suicidarse, se lee, Jorge lee: “¿Por qué no negar al hijo engendrado más por curiosidad que por deseo? ¿Qué obligación de amar al nacido? Que carguen ellos con su vergüenza y no yo con su perdón”). Todo es verídico en El desierto y su semilla, a excepción de los nombres (¿cuánto tiempo habrá tardado el autor en inventar, en buscar los nombres de sus padres? ¿Minutos, meses?): Raúl Baron Biza se llama Arón Gageac, mientras que Clotilde es, en la ficción, Eligia. Jorge prefiere, en cambio, un nombre menos heroico o menos trágico: Mario. La novela fue recibida en Argentina como una obra mayor. Tres años más tarde, sin embargo, en septiembre de 2001, Jorge Baron Biza se suicidó.

El desierto y su semilla es una gran novela, aunque decirlo así, en plan canónico, es un poco absurdo. Jorge Baron Biza escribió el libro que estaba condenado a escribir –una novela y no una autobiografía: presenciamos no los hechos al desnudo, sino el deseo de contar una historia que se resiste a ser contada. El narrador escribe para comprender, aunque sabe que no habrá revelaciones, que a lo sumo podrá alumbrar un poco el pasado. La imagen inicial acompaña la lectura con persistencia: una cara destruida, una sonrisa sin labios, una mirada sin párpados, suspendida en la semivigilia. Escribir es registrar, con precisión naturalista, la caída de la luz sobre ese rostro. Pero esta no es la historia del rostro: es la historia del ojo que mira ese rostro.

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