Margarita García Robayo - El afuera

 El afuera, es un libro de ideas sueltas. Margarita hace un recorrido por diferentes anécdotas que le sucedieron durante la pandemia para relatar sus ideas sobre diferentes temas.  

Insisto en que me encanta la manera como escribe y la manera como expresa sus ideas con frases contundentes. Dice ella que no es un libro sobre pandemia, pero escrito en la pandemia con ideas de la pandemia. 


Me lo leí en un avión, es fácil de leer, entretenido, aunque como no tiene un hilo central que conduce una sola historia, no creo que pueda ser catalogado como en los libros de leerse con ansiedad lectora. Pero pues si tiene un hilo, si va en secuencia de ideas.


Son sus mismos tópicos de siempre sobre la búsqueda del sentido de escribir, la maternidad, la distancia con su ciudad natal Cartagena, la pobreza de su familia, las taras de infancia, entre otras. Habla sobre la epigenética, sobre el hecho de ser atea.



Aquí mis frases favoritas.  


La escritura ya no era lo que era, había mutado en un malestar ambivalente. Algo que te duele cuando lo pinchas con la yema de los dedos, pero no tanto. Te duele en la medida justa como para insistir en tocarte.


Vuelvo al comienzo. A veces (¿0 siempre?) los comienzos deben forzarse para domar las digresiones. Hay textos (¿como este?) que se zambullen en una larga digresión y que, cada tanto, hay que agarrarlos del brazo, traerlos de vuelta al centro y darles una puntada con hilo grueso pero transparente, para que no se note el esfuerzo.


Le pidió por favor que no se convirtiera en una de esas personas. ¿Qué personas? Las que piensan que las ocurrencias infantiles son icebergs de sabiduría


Me tragué la charla con el café ácido que sirven, casi indefectiblemente, en todos los bares porteños y pasé a analizar el porcelanato gris cemento que había elegido para la planta baja de la casa y que ahora, ya colocado, no solo me parecía ordinario, sino soso e impersonal. Decidí que, cuando lo describiera en el futuro, usaría otras palabras: sobrio y discreto. Un leve trueque de adjetivos. ¿No es lo que hacemos todo el tiempo? ¿Editar nuestra autopercepción?


Ni M. ni yo venimos de una familia pija, ni creemos estar criando niños pijos. Pero a veces lo que uno cree de sí mismo está distorsionado y la mirada externa arroja una luz que primero quema y enceguece y después, a veces, clarifica.


El afuera es todo aquello que no está contenido en el perímetro en el que un individuo erige su familia.


Cerré la libreta. Estaba repleta. Me abrumé: si las palabras tuviesen volumen, se desbordarían por los costados. Con la distancia de los años pienso que nada de eso lo recuerdo tan grave. Después me digo que debe de ser porque, justamente, guardé todo ese malestar en la libreta de notas para sacármelo de encima.

Como quien colecciona piedras y después se las olvida en un cajón. Una amiga me dijo hace años: «He ido acumulando penas toda mi vida, el secreto es guardarlas donde nadie más pueda verlas». No lo dijo apesadumbrada.

Un galpón de penas = Un libro de quejas = Un cuaderno de notas.


Quizá crias sea eso. triunfar en el intento de sentar -¿imponer?-memoria en otro. Para la mayoría de las personas, la crianza es la única oportunidad que les ofrece la vida de ejercer la tiranía.

  • ¿Los traumas se heredan? -preguntó alguien más. (…)

P. explicó una teoría acerca de la herencia de los traumas. Se llama «herencia epigenética» y dice que el estilo de vida, las influencias del medio ambiente y los traumas pueden provocar cambios genéticos en la descendencia.

El epigenoma es una etiqueta química que se adhiere al ADN y que funciona como un interruptor: modifica los genes, activándolos o silenciándolos. Según P. la herencia epigenética solo ha podido comprobarse en los hijos y nietos de víctimas del Holocausto.


El primer día de un jardín es inversamente proporcional al primer día de una casa. Empieza ralo, tímido, contenido, y con el tiempo explota de belleza. La casa, en cambio, se estrena impecable y el tiempo la arruina.


Cada vez que M. quiere señalarme una fisura honda, un defecto irremediable, un pozo oscuro en la moral, me dice: «Al final, sos iguab a lo que escribís». Y sabe que me hiere.


La pesquisa por descubrir quiénes fueron nuestros padres suele darse demasiado tarde.


A la larga, dicen, todo el mundo se acostumbra al peso de estar vivo; yo no estoy nada segura de eso.


Pero nadie tiene recuerdos auténti-cos, dijo P. La memoria se crea, aunque en general se fabula, ya de adulto. 


Mientras la cabeza del pulpo esté

a salvo (enter)

cortaré sus tentáculos (enter)

las veces que haga falta.


Para un escritor, casi siempre, escribir es pensar y viceversa.






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